Habrá cuajado el rocío mañanero en las zonas de umbría. Las pisadas deberán ser firmes para evitar la caída. Prólogo de la nevada que no alumbra en la oscuridad, pero que acecha en el camino. Hubiere de salir ya el Sol, pero no hay luz sobre la Tierra. Interpuesta sobre el astro, la Luna eclipsa el planeta. Todo oscuro, la helada de amanecida solo nos permite oír el agua torrentera como único recurso. Volveré a la cama a soñar arropado con la oscuridad que nos brinda el día, un día sin luz, la luz ya apagada para siempre, como en el huerto de cruces, donde reposan las luces que un día hubieren vida y habla, sentimientos y pensamientos, dulzura y quizás amargura; donde nada se oyere porque todos duermen el sueño de los justos, a la espera de la luz del último día en la Tierra. La vida apagada, cuyas células muertas se deshacen con el paso del tiempo hasta quedarse en el esqueleto que la sostuvo.
Me he levantado esta mañana y la luz no llegaba. Nuestras fuentes de energía hubieren languidecido. A solas, con los brazos extendidos, como bastones de ciego para evitar el peligro, sin brazos a los que asirse ni humanidad sentida; la palabra ya finita, cerrada para siempre, sin letras, ni imagen, ni sonido, ni voz. Nada que ver, nada por escuchar. Los surcos labrados con tanto sudor y sacrificio se han agostado por la falta de luz. La cosecha sembrada se ha perdido.
Vemos por última vez la blanca faz que antes iluminare su rostro. Ni un gesto, ni una palabra; el rostro maquillado por la muerte; silente, todo consumado ya, a la espera de la inhumación definitiva. Nuestros ojos se iluminan por el lacrimal que asoma, que se desliza, ya impotente, ante las mejillas que un día vimos sonrosadas.
Se va un mundo de luz en un mundo cada día con menos luces. Olvidamos pronto esas luces que no volveremos a ver, porque nuestra memoria es flaca. La luz que ilumina se apaga. No volveremos mañana a ver la luz de amanecida, la luz que nos mostrare la realidad; la ventana encendida que, apagada, empobrece nuestra vida, quizá la democracia misma, el sistema elegido.
Son ya demasiadas las luces idas; las luces de hombres y mujeres que no volveremos a ver; la luz que nos dio luz en la mañana sin luces. Y ahora, otra nueva que se apaga, otra mañana sin luz para iluminar nuestros sentidos. “Extremaduraaldia”, un día menos en la Comunidad , una mañana sin luz, en la que aún subsisten otras luces. Atrás quedan otras que vimos, en las que escribimos, que alumbraron tantas mañanas de nuestra vida: “El Regional”, de la ciudad amada, Plasencia; “El Noticiero Universal”, de Barcelona, en cuya tumba resucitare allí mismo “El Periódico de Catalunya”, que también viere nuestras letras y fuere algo nuestro; “Arriba”, de Madrid; “Región Extremeña”, editada en la otra capital extremeña de todos los españoles por extremeños allí residentes, y otras revistas ya desaparecidas, tantas como familiares en primer grado duermen bajo el manto de la Montaña , retazos de nuestra vida en dos mil y una mañanas de luces, en la última mañana sin otra luz de la Extremadura nuestra de cada día, sin Extremaduraaldia…
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