Nos sobrecoge el
silencio de los niños, las imágenes de ciertos niños que nada dicen --y todo lo
hablan-- con sus silencios. Vemos ayer un video de un niño solo en el patio de su
colegio. Su tutor le observa desde la ventana de su despacho. Está ausente.
Tampoco ha comido el bocadillo. ¿Se le habrá olvidado a su madre ponérselo en
la cartera? El profesor se preocupa.
Llama a su casa; habla con su madre; le cuenta lo que ha visto. Esta le asegura
que le puso el bocadillo en su cartera. Ahora es ella la preocupada. Es cierto
que, en los últimos días, ha visto a su hijo muy callado. Al día siguiente,
tras levantarlo, asearlo y vestirlo, como cada mañana, le pone el desayuno. Lo
toma en silencio, mientras su madre le observa. Ha masticado y digerido todo lo
que le ha puesto, ante la jornada que le espera y su edad de crecimiento. Su
madre se siente satisfecha; pero, aun así, continúa preocupada tras la llamada
del tutor. Le ha preparado otro bocadillo para el recreo. El niño mira a su
madre y le requiere otro con la mirada. Se pregunta el porqué, cuando come lo
necesario. Le asusta el silencio del hijo. Tras colocarle el abrigo, le prepara
el segundo bocadillo y se lo pone en la cartera. Su preocupación crece. Le da
unos besos de despedida y, poco después, sale tras él camino del colegio, a
cierta distancia. Su hijo se ha sentado en un banco del parque antes de llegar
al centro. Al momento aparece una niña, su compañera de colegio. Abre su
cartera y le ofrece un bocadillo. La niña se lo come con ganas. La madre ve al niño
en silencio, satisfecho, por ayudar a su compañera, que no tiene para comer en
el recreo. He ahí el porqué de su silencio, por qué su aparte en el colegio sin
tomarse su bocadillo. Se le caen las lágrimas a la madre contemplando la escena.
Su hijo ya le ha hablado, sin decirle nada. Tiene corazón como el que ella le
ha dado; es solidario, como le ha enseñado; ayuda a los demás, como le han instruido;
es desprendido como ella; tan noble y honrado como su padre, que le va
mostrando los caminos de la vida. Volverá a casa su madre y llamará al tutor
para explicarle lo que ha visto. Toda una lección de humanidad.
No tienen otros niños la misma suerte que nuestro personaje, que nos ha conmovido. Hemos visto otras escenas tiernas, como la de un hermano mayor arropando al menor por el hombro, en su afán protector que le fuere propio por ser el mayor. Cuando el niño Gabriel estuvo desaparecido y fue hallado muerto doce días después en Níjar (Almería) el pasado mes de marzo, una madre extremeña, con otro hijo de su misma edad, me contaba que no vivía: cada dos por tres, tras acostarle en su cama, iba a verlo para ver si dormía y respiraba... Ayer nos conmovía la noticia de La Línea: "Detenido un hombre de 40 años por agredir sexualmente a su bebé de diecinueve meses y contagiarle del virus del papiloma humano". (Véase 20minutos.es, de ayer). "Quiero unirme a Dios" fue el terrible grito de alarma de un niño de siete años que sufre buylling (acoso físico o psicológico al que someten, de forma continuada, a un alumno sus compañeros), queriendo así expresar en un video sobrecogedor que deseaba terminar con su vida para escapar de la situación (véase abc.es, de 09/11/2018). Y, así, todos los días. No es solo la violencia machista, sino la más execrable de todas las violencias: la que sufren los niños, y todas lo fueren por igual, sin distinción, aunque estas nos lleguen más al alma. No son cosas de niños: es el silencio, a veces locuaz, de aquellos que no quieren ir al colegio, que no hablan con sus madres sino con la mirada; que son también víctimas de la violencia física tanto como la moral del acoso, como estos casos que nos llegan al alma y al corazón que otros no hubieren...
No tienen otros niños la misma suerte que nuestro personaje, que nos ha conmovido. Hemos visto otras escenas tiernas, como la de un hermano mayor arropando al menor por el hombro, en su afán protector que le fuere propio por ser el mayor. Cuando el niño Gabriel estuvo desaparecido y fue hallado muerto doce días después en Níjar (Almería) el pasado mes de marzo, una madre extremeña, con otro hijo de su misma edad, me contaba que no vivía: cada dos por tres, tras acostarle en su cama, iba a verlo para ver si dormía y respiraba... Ayer nos conmovía la noticia de La Línea: "Detenido un hombre de 40 años por agredir sexualmente a su bebé de diecinueve meses y contagiarle del virus del papiloma humano". (Véase 20minutos.es, de ayer). "Quiero unirme a Dios" fue el terrible grito de alarma de un niño de siete años que sufre buylling (acoso físico o psicológico al que someten, de forma continuada, a un alumno sus compañeros), queriendo así expresar en un video sobrecogedor que deseaba terminar con su vida para escapar de la situación (véase abc.es, de 09/11/2018). Y, así, todos los días. No es solo la violencia machista, sino la más execrable de todas las violencias: la que sufren los niños, y todas lo fueren por igual, sin distinción, aunque estas nos lleguen más al alma. No son cosas de niños: es el silencio, a veces locuaz, de aquellos que no quieren ir al colegio, que no hablan con sus madres sino con la mirada; que son también víctimas de la violencia física tanto como la moral del acoso, como estos casos que nos llegan al alma y al corazón que otros no hubieren...
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