A Ceciliano Franco, director del SES
-Pues tengo que multarle…
-Pues múlteme usted-, le respondió.
Tras extenderle la denuncia, y leerla, Lázaro Carreter puso el grito en el cielo al ver el motivo: “por no tener carné”. Se asustó el guardia al ver su compungido rostro.
-No puede usted multarme por esto, porque tendría que demostrar que no estoy en posesión legal del carné, y el caso es que lo estoy, pero lo habré olvidado en casa. Usted puede multarme por no mostrárselo o por no llevarlo conmigo…
Le explicó el profesor la diferencia del vocablo en el contexto concreto; se presentó oficialmente a la pareja; le dio cumplidas explicaciones de castellano…
-Pues siempre lo ponemos así-, le replicó el agente.
-Muy mal puesto…
-Bien, bien: se lo diré a mi teniente…
-Pues dígaselo usted a su teniente…
-Está bien. Prosiga su camino…-, y le perdonó la multa, al verse pillado él mismo en una incorreción lingüística y legal que, sabiamente recurrida y demostrada, no tendría visos de prosperar por la inadecuada utilización del verbo, independientemente de lo que diga el Código de Circulación, que reza lo mismo que el conductor le advirtiere.
Recurro a la anécdota para referirme a otro equívoco, no menor por ‘provocativo’ en la utilización de dos vocablos distintos y distantes, con significación propia cada uno, pero que en ocasiones se mezclan y confunden, y que ahora es ‘pasto de las llamas’ porque acrecienta el gasto farmacéutico extremeño a niveles insostenibles por parte de los malos pacientes.
Un paciente es, según el Diccionario de la Real Academia Española (RAE), “la persona que padece física y corporalmente, y especialmente, que se halla bajo la atención médica” o aquella “que es o va a ser reconocida médicamente”, mientras que el cliente es “la persona que utiliza con asiduidad los servicios de un profesional o empresa”.
En el Centro de Salud, en el hospital o en consulta privada, somos pacientes; y clientes, en el comercio, en la cafetería o en el supermercado…
En cierta ocasión, me hallaba como paciente bajo los cuidados de un podólogo, y se refiere a mi persona como ´cliente´. Le reconvine:
-No, no, No soy cliente suyo, sino paciente, porque estoy con un especialista, en un acto médico que usted ejerce, y padezco el mal que pretendo que usted me cure… Comprendió “ipso facto” tras mi explicación.
Voy a una farmacia a por una receta y el mozo de botica me llama ´paciente´. Le hago ver que estoy allí porque soy paciente, pero que en ese lugar soy cliente, porque es un negocio público en el que te dispensan lo que el médico te ha prescrito para recuperar la salud. Otra cosa es que me pida la receta o la tarjeta sanitaria del paciente, a la que está obligado, como el guardia al solicitar el carné de conducir.
No hace falta que la enfermera pregunte por los que vienen a por recetas, como antes. La receta electrónica permite al paciente no acudir a su médico con tanta asiduidad, y a ellos, la ventaja de acudir a su farmacia a por los medicamentos que necesiten, pero no para llenar el almacén de su botica particular, sino solamente para los que fueren necesitando.
La receta electrónica se ha extendido en Extremadura para un 60 por ciento de las prescripciones médicas; pero los pacientes impacientes envían a la botica mayor a sus mozos o mozas para que se las rellenen, porque la tienen en casa y no necesitaren ir al médico y esperar largo tiempo.
¿No hay guardia que pueda poner coto a estos desmanes impacientes? La receta electrónica prevé en su prescripción una fecha de caducidad que, si obra en el ordenador de las farmacias, es fácil deducir, por la fecha, que aún conserva el paciente medicina bastante hasta el día señalado como para que el boticario le expenda otra en su calidad de cliente, porque, como paciente, ya la hubiere.
No confunde la lengua, sino su sabia utilización, como la receta electrónica o el porqué de una infracción al Código de Circulación. No “tener el carné”, como escribiera el guardia en su denuncia, no implica no poseerlo, sino no llevarlo consigo y mostrárselo al guardia que te lo solicita; no tener medicamentos, no quiere decir que se hayan acabado, sino que el paciente es un “divino impaciente” y acaparador de un bien particular, pero que pagan los servicios públicos de Sanidad.
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