Cuando el 20 de septiembre pasado, la selección española de baloncesto se proclamó campeona de Europa en Polonia, nadie podía entender la despedida del periodista Andrés Montes, de “La Sexta”, donde, desde 2006, había logrado imponer un sello distintivo particular a sus retransmisiones, ya fueren de fútbol o de baloncesto.
No hubo explicación alguna, si acaso una de sus frases archiconocidas: “La vida puede ser maravillosa.” En aquel momento, como en otros muchos, la vida lo fue para quienes, espectadores de un triunfo deportivo de la selección de baloncesto, alimentaban su autoestima en la esperanza de que “tiempos mejores vendrán” a pesar de las dificultades.
Andrés Montes, periodista y locutor deportivo desde 1980, forjó en sus retransmisiones un estilo distinto de la crónica y distante frente a los locutores de la vieja escuela, que a nadie dejaba indiferente, que a muchos hacían sonreír, en otros suscitare la crítica, pero que a nadie dejaba indiferentes.
Acostumbrados, como estuvimos durante una larga época a la sabiduría del maestro Matías Prats padre, en partidos abúlicos o en corridas de toros plúmbeas, que convertía en espectáculos distintos a los que veíamos, hasta agradables al oído; a la intelectualidad solemne de Juan Antonio Fernández Abajo en el gran Mundial de Méjico 70, Montes rompió moldes con sus motes para nombrar a los jugadores; con sus frases, no por estereotipadas, para narrar las secuencias del juego; con su invocación, no al Espíritu Santo, sino al propio espectador para provocar su atención: “el fútbol, pasión de multitudes”, “porque la vida puede ser maravillosa”, “Tiki-taka, tiki, taka”, para referirse esta última al toque de balón de la selección de fútbol, que ganara la Eurocopa del pasado año en Austria frente a Alemania.
Hay otra frase a la que apelaba, que delataba su origen cubano por parte de madre: el título de la canción “Reloj, no pares las horas…”, compuesta por Roberto Cantoral y cantada, entre otras decenas de artistas, por Lucho Gatica, Plácido Domingo, Joan Báez, Dalida o Luis Miguel… No quiso Montes despedirse con ella, sino que memoró este título; porque la vida, sí, “puede ser maravillosa”; pero la muerte le llegó menos de un mes más tarde, a una temprana edad, y no quiso remarcar la hora en una tilde que todos tenemos marcada.
“¡Reloj, no marques las horas,
Porque voy a enloquecer,
Ella se irá para siempre
Cuando amanezca otra vez.
No más nos queda esta noche
Para vivir nuestro amor
Y tu tic-tac me recuerda
Mi irremediable dolor.
Reloj, detén tu camino
Porque mi vida se apaga.
Ella es la estrella
Que alumbra mi ser.
Yo sin su amor no soy nada.
Detén el tiempo en tus manos
Haz esta noche perpetua
Para que nunca se vaya de mí,
Para que nunca amanezca.”
La versión de Armando Manzanedo, con letra añadida de Ángel Shalom, hubiere predicho una muerte anunciada; pero Vicente Montes, en la alegría que nos transmitía, no quiso, porque no lo sabía ni deseaba, transmitirnos la desesperanza de la muerte, sino la fe en la vida, que es y “puede ser maravillosa”.
“Salinas, ¿dónde están las llaves?, “ET (Pau Gasol), “Míster Catering” (José Manuel Calderón), “Espartaco” (Felipe Reyes), inducían a sus compañeros comentaristas, en cuyo conocimiento del juego se apoyaba (Salinas, Francisco Narváez “Kilo”, Epi o Iturriaga), a seguir comentando los avatares del juego, como si nada pasare, menos las horas.
“Reloj, no pares las horas”, el mismo título que Antonio Burgos diera a una semblanza histórica del último medio siglo, se ha parado para siempre, sin que el tiempo pudiera detenerse en su voz, las del colega bajito, de piel morena, gafas redondas y pajarita, que en Tokio, Viena o Katowice, no pudo nunca decir:
“Reloj, detén tu camino
Porque mi vida se apaga.”
No hubo explicación alguna, si acaso una de sus frases archiconocidas: “La vida puede ser maravillosa.” En aquel momento, como en otros muchos, la vida lo fue para quienes, espectadores de un triunfo deportivo de la selección de baloncesto, alimentaban su autoestima en la esperanza de que “tiempos mejores vendrán” a pesar de las dificultades.
Andrés Montes, periodista y locutor deportivo desde 1980, forjó en sus retransmisiones un estilo distinto de la crónica y distante frente a los locutores de la vieja escuela, que a nadie dejaba indiferente, que a muchos hacían sonreír, en otros suscitare la crítica, pero que a nadie dejaba indiferentes.
Acostumbrados, como estuvimos durante una larga época a la sabiduría del maestro Matías Prats padre, en partidos abúlicos o en corridas de toros plúmbeas, que convertía en espectáculos distintos a los que veíamos, hasta agradables al oído; a la intelectualidad solemne de Juan Antonio Fernández Abajo en el gran Mundial de Méjico 70, Montes rompió moldes con sus motes para nombrar a los jugadores; con sus frases, no por estereotipadas, para narrar las secuencias del juego; con su invocación, no al Espíritu Santo, sino al propio espectador para provocar su atención: “el fútbol, pasión de multitudes”, “porque la vida puede ser maravillosa”, “Tiki-taka, tiki, taka”, para referirse esta última al toque de balón de la selección de fútbol, que ganara la Eurocopa del pasado año en Austria frente a Alemania.
Hay otra frase a la que apelaba, que delataba su origen cubano por parte de madre: el título de la canción “Reloj, no pares las horas…”, compuesta por Roberto Cantoral y cantada, entre otras decenas de artistas, por Lucho Gatica, Plácido Domingo, Joan Báez, Dalida o Luis Miguel… No quiso Montes despedirse con ella, sino que memoró este título; porque la vida, sí, “puede ser maravillosa”; pero la muerte le llegó menos de un mes más tarde, a una temprana edad, y no quiso remarcar la hora en una tilde que todos tenemos marcada.
“¡Reloj, no marques las horas,
Porque voy a enloquecer,
Ella se irá para siempre
Cuando amanezca otra vez.
No más nos queda esta noche
Para vivir nuestro amor
Y tu tic-tac me recuerda
Mi irremediable dolor.
Reloj, detén tu camino
Porque mi vida se apaga.
Ella es la estrella
Que alumbra mi ser.
Yo sin su amor no soy nada.
Detén el tiempo en tus manos
Haz esta noche perpetua
Para que nunca se vaya de mí,
Para que nunca amanezca.”
La versión de Armando Manzanedo, con letra añadida de Ángel Shalom, hubiere predicho una muerte anunciada; pero Vicente Montes, en la alegría que nos transmitía, no quiso, porque no lo sabía ni deseaba, transmitirnos la desesperanza de la muerte, sino la fe en la vida, que es y “puede ser maravillosa”.
“Salinas, ¿dónde están las llaves?, “ET (Pau Gasol), “Míster Catering” (José Manuel Calderón), “Espartaco” (Felipe Reyes), inducían a sus compañeros comentaristas, en cuyo conocimiento del juego se apoyaba (Salinas, Francisco Narváez “Kilo”, Epi o Iturriaga), a seguir comentando los avatares del juego, como si nada pasare, menos las horas.
“Reloj, no pares las horas”, el mismo título que Antonio Burgos diera a una semblanza histórica del último medio siglo, se ha parado para siempre, sin que el tiempo pudiera detenerse en su voz, las del colega bajito, de piel morena, gafas redondas y pajarita, que en Tokio, Viena o Katowice, no pudo nunca decir:
“Reloj, detén tu camino
Porque mi vida se apaga.”
Muy al contrario, la vida, como la autoestima que nos ofrece el deporte en la victoria o la humildad en la derrota, como espectadores o practicantes, pueden ser, además de una pasión de multitudes, el péndulo en el reloj de nuestra vida, la estrella que alumbre parte de nuestro ser
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