Cantero no ha bajado a la mina que representa, que obtuviere más dinero municipal que la que ha investigado, y que le ha llevado a llevar a la Fiscalía a dos compañeros inocentes. Cuando Blas Raimundo ha calificado de honrados a todos, incluido Miguel, este le ha llevado al patíbulo de la sospecha, de la duda; ha manchado su nombre inocente, aunque aún no se instruye la causa ni se hubiere adoptado medida alguna contra los imputados. Cantero ha picado en la piedra que no debiere, sin importarle las consecuencias que se derivaren de su actitud.
Blas Raimundo tiene la camisa blanca, inmaculada de pensamientos limpios y deberes hechos; los pies ligeros; y un nombre de planeos de limpios azules; una labor reconocida; un pueblo que le quiere; una familia que le adora… Apenas ha alzado su voz si no fuere para proclamar su inocencia, que refrenda su alcaldesa y su partido; pero se ha manchado su nombre, su honradez, su lealtad, y a los dos pueblos que le otorgaron su confianza, San Gil y Plasencia.
No ha pensado el abogado acusador en las consecuencias de la noticia; quizás ha buscado deliberadamente el daño por infligir, ya que en nada benefició a su ciudad el poder que esta le otorgare en su día. Y se va herido, pero como una fiera, deseando dar el último zarpazo, ya que no ha logrado alzar el valor de la política de las suelas de sus zapatos.
Cantero no debe creer tampoco en la presunción de inocencia y sí en la de culpabilidad, a tenor de la sabia lección que nos ofreciera su camarada moralejano Lomo; y olvida, porque no hubiere memoria, a una “frágil flor”, embestida por un vendaval de espinas en su corazón de madre afligida.
Hablará Blas Raimundo, alcalde de San Gil y concejal de Plasencia, donde le citaren; defenderá su honor e inocencia, como su compañero Enrique Torneo; pero sea cual fuere el resultado, Cantero se ha rebajado a sí mismo como hombre en el realce político que quiso tener y no pudo; y, sobre todo, se ha retratado en su carencia de humanidad, al olvidarse de una madre, la “frágil flor” de Blas, tan herida en su corazón, por cuya salud temiere su hijo más que por la imputación que le efectuaren. Y, ahora, junto a su inocencia, con lágrimas en los ojos, que solo derraman los inocentes, ha recordado el origen de su impoluta honradez. Cantero, empero, el honrado compañero, como tantos camaradas suyos del PP, prefieren ganar en los tribunales el honor que no les concediere el pueblo.
Cuando llegue su hora, ellos hablarán; sus abogados aportarán las pruebas; su alcaldesa les confirmará en la fe y San Gil y Plasencia les renovarán el “placet” que, como servidores públicos, ya se hubieren ganado y que una simple acusación puede manchar para siempre. Y la “frágil flor” brillará tanto que apagará la débil luz que nunca dio a Plasencia un abogado que pretendió ser acusador antes que defensor, fiscal antes que político, enemigo antes que compañero, desleal antes que amigo. Y así, su voz política quedó debilitada, apagada, silenciada para siempre, “en blanco”, como él pretendiere un día de 2007. Y aún así, quizá se pregunte: “¿Acaso soy yo, Maestro?” –“Tú lo has dicho…” (Mt. 26-25), porque usted nunca fue guardián de sus hermanos, sino defensor de causas perdidas.

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