miércoles, 28 de diciembre de 2011

LOS OTROS INOCENTES

           Hay inocentes en estado puro porque en su alma y corazón no hubiere anidado la malicia. Inocentes conscientes e ignorantes; a sabiendas y a traición. Inocentes ignorados e inocentes perseguidos; inocentes perversos y malvados; inocentes sin maldad, pero sañudos.

            La inocencia no tiene edad, como la de los niños sacrificados por Herodes. Hay una inocencia marcada por la edad y otra sin edad que deviene de un estado del alma. Todos los niños son inocentes y, aun mayores, lo siguieren siendo, porque su corazón no albergare malicia ni maldad.

            En un tiempo en que se pone en tela de juicio la presunción de inocencia, son más reos de la inocencia quienes no creyeren en ella que los inocentes condenados de antemano. Todos somos inocentes, porque la inocencia no solo se halla en quien fuere encontrado culpable “a posteriori” de un delito, sino en los que fueren condenados sin culpa y sin justicia de antemano.

            Son inocentes quienes sufren persecución por causa de sus ideas; los que buscan justicia y no la hallaren; quienes buscan trabajo y no lo encontraren; quienes piden pan y reciben piedras; quienes pagan sus impuestos y a cambio nada reciben; los que creen en gobernantes que solo pensaren para sí y no para todos; los que buscan culpables para todo y solo hallan inocentes en lugar de los perversos… Los inocentes sacrificados ante la vida porque nadie oyere su llanto y clamor, culpables en su inocencia de la maldad humana; inocentes de toda la vida machacados por su inocencia.

            La inocencia despierta deviene en desconfianza perpetua ante quienes, perversos, llenaren sus graneros a costa de la inocencia ajena. Hombres nacidos para torturar y aprovecharse de la inocencia ajena para seguir reinando, como Herodes, en el reino de los impuros. Pilatos se lavó las manos porque no hallare culpa alguna en el único inocente salvado de la matanza, pero condenado a morir, inocente, para pagar los yerros de los más.

            Los inocentes continúan siendo condenados como si fueren culpables; los culpables siguen libres como si la inocencia aureolare su alma. Brilla más la culpabilidad que la inocencia, al no suponerse lo que debiere antes de juzgarse aquella. Todos somos inocentes y no todos culpables, aunque reine hoy más la maldad que la inocencia. La voracidad humana de los maltratadores acaba con la inocencia de quienes, abrazándola,  caen las redes de aquellos porque, frente a la inocencia nunca perdida, se superpone la maldad inhumana que busca culpables donde solo hubiere inocentes.



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