sábado, 1 de diciembre de 2012

COMPROMISO DE LA PALABRA

             Por Adviento, todos esperaren la palabra de vida eterna. En principio fue la palabra y la palabra encarnare en sí misma el compromiso que ofreciere per se. La palabra valía por su contenido y continente. Nada sin la palabra, aun habiendo escribanos de la palabra, predicadores de la palabra. La palabra era su peso en oro, signada con el apretón de manos por todo sello que la validare; pero hoy, “nihil prius fide” (nada antes que la fe, la fe por encima de todo…), o la fe pública notarial. Nada sin la palabra escrita. ¿Dónde queda, entonces, la palabra? ¿Qué valiere una palabra –hablada- si no fuere palabra de vida eterna? Hay otra palabra no escrita, de fe espiritual, que no necesitare la fe pública. “In principio erat Verbum et Verbum erat apud Deum et Deus erat Verbum” (en principio era la palabra y la palabra estaba con Dios y Dios era la palabra, la transliteración del logos o la palabra por excelencia). La vida eterna viene de creer en Jesús como el Hijo de Dios; es decir, de creer en su palabra.
            Hay otra palabra, empero, escrita, no validada públicamente más que por una firma, sin que su autor ni viere ni entendiere lo que firmare. Un compromiso no de palabra –escrita-, que condenare a su titular para siempre, porque no hubiere la preferencia del compromiso adquirido ni la subordinación a la palabra dada, pues el emisor no hubiere adquirido el compromiso moral de la palabra dada, aun rubricada por el receptor. Las preferentes, las subordinadas…, palabras de compromiso en un tiempo duradero, sin el compromiso de la palabra entre caballeros. Más que palabras de vida, señales de muerte en vida, una vida sin el adobo del compromiso de la palabra, perdida ya la fe en los compromisarios de la palabra.
            Ni siquiera la palabra dada reduce a cuatros años su compromiso adquirido. Bastare uno tan solo para dar fe pública y notoria de la pérdida del compromiso de la palabra dada. Cuando los políticos dicen que “cumplen a rajatabla su programa electoral”, la realidad parece afirmar lo contrario, porque la palabra electoral se crea para romperse, como los compromisos sin fe pública. ¿No fuere pública acaso la fe transmitida por la que le delegamos el poder de nuestra palabra? Cristo dijo que “la palabra que escucháis no es mía, sino del Padre, que me ha enviado” (Jn, 14, 24). ¿Será, por ello, que Rajoy, enviado por Aznar, hubiere roto los compromisos todos de su palabra: la educación, la sanidad, las prestaciones sociales, el IVA, el copago, la reforma laboral, el linchamiento a los funcionarios, la salvación de la banca, más las pensiones…? Su palabra no fuere palabra de vida eterna, roto el compromiso de la palabra para cuatro años en un solo. “Los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.” (Mc, 2, 17).
           No hay palabra de compromiso para los afligidos de la tiera, porque la palabra no asume el compormiso, ni fuere sinónimo de él. No hay bienaventuranzas en la tierra para los esperanzados en el cielo; ni justicia, ni educación, ni sanidad que no fuere solo para ricos. Por ello, muchos abandonan voluntariamente una vida de ruptura de compromisos antes de que los echen como a perros los ricos de este mundo; pero tambiéne está escrito: "¡Ay cuando los hombres hablen bien de ustedes!, pues de ese modo trataban sus padres a los falsos profetas." (Lc, 6, 24-26).
 

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