El discurso navideño del Rey en nada se parece al pronunciado
en la misma mañana de Nochebuena por el presidente catalán durante su segunda
toma de posesión. Frente al llamamiento del monarca de “promover valores como
el respeto mutuo y la lealtad recíproca” y “mirar hacia adelante para cerrar
las heridas abiertas”, el president,
en su decidido camino hacia el soberanismo, advertía al Gobierno de la nación
que impedir la consulta llevará al choque frontal entre Cataluña y España y,
como si diere por hecha la tempestad que se avecina, anunciaba que “hay dos
barcos que van hacia la colisión y eso no es bueno para nadie” y “todos debemos
comprometernos a evitarlo”. Él debiera ser el primero, porque es el capitán de
uno de ellos, y ese barco pertenece al mismo Estado del que es representante
máximo en su Comunidad.
Mientras
el Rey llama a todos los partidos a “cerrar heridas para salir de la crisis”, a
“renunciar cada uno a una porción de lo suyo para ganar algo mayor, para
incorporarnos a una nueva y brillante etapa integradora”, Mas habla de “viraje
de la historia”, de “choque frontal”, de no “poner rejas a la voluntad de un
pueblo”. Y para escenificar su propósito, tapa el retrato del Rey, y sitúa al
representante del Gobierno central en la primera fila, y no en la presidencia,
como anteriormente.
El Rey,
empero, con una escenificación distinta y distante a la de sus anteriores
discursos navideños, ha hecho profesión de fe de “nuestras preocupaciones y
esperanzas” en una calculada, medida, concisa y breve exposición, que ha
concretado en tres asuntos principales: la crisis económica, la fortaleza de
España como nación europea e iberoamericana, y “la necesidad de reivindicar la
política como instrumento necesario para unir las fuerzas de todos y acometer
la salida de la crisis y los retos que tenemos por delante”.
Tras
reconocer que “vivimos uno de los momentos más difíciles de la reciente
historia de España”, el monarca no ha eludido referirse a la “persistencia de
la crisis” para admitir que “está generando un desapego hacia las instituciones
y hacia la función pública que a todos nos preocupa”, y apela a “encontrar
nuevos modos y formas de hacer algunas cosas que reclaman una puesta al día”;
pero ha advertido también que “austeridad y crecimiento deben ser compatibles”
y que “las renuncias de hoy han de garantizar el bienestar del mañana…, de
manera que se asegure la protección de los derechos sociales, que son seña de
identidad de nuestra sociedad desarrollada”, y ha apelado, finalmente, a la
confianza en un proyecto compartido por todos y en nuestras posibilidades de
salir adelante”.
En un
tiempo como este, que simboliza el triunfo de la generosidad sobre el egoísmo,
el jefe del Estado ha reivindicado “la política grande, la Política con
mayúsculas; la que, desde el Gobierno o desde la oposición, fija su atención en
el interés general y en el bienestar de los ciudadanos; la que, lejos de
provocar el enfrentamiento y desde el respeto a la diversidad, integra lo común
para sumar fuerzas, no para dividirlas”. Y para conseguirlo, el monarca
recuerda que “es necesario promover valores como el respeto mutuo y la lealtad
recíproca”.
Como el
Papa durante la celebración de la Misa del Gallo, que solicitaba arados en vez
de armas, mientras unos predican democracia solo para si, otros, como el Rey,
hablan de familias, jóvenes y confianza para afrontar el futuro.
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