Haga frío o calor, siempre se ha hablado del tiempo en España.
Es lugar común, de conversación socorrida, de refranes que pusieren corolario a
la conversación inacabada. Se ha dicho muchas veces que hablar del tiempo es
perderlo. Quizá para quien sufriere tanto el frío como el calor. Algunos
soportan más lo primero que lo segundo; otros no aguantan nada. Ni el marzo
lluvioso de este año ni el caluroso del anterior; pero sí: hablamos del tiempo,
escuchamos con avidez las noticias del tiempo; los noticiarios dedican más tiempo
al tiempo que a otras noticias quizá más importantes. El tiempo es noticia; el
tiempo interesa, más para los hombres y mujeres que viven en la ciudad que para
quienes habitaren en el campo. Para los primeros, porque necesitan el paraguas
para salir a la calle si lloviere; los hombres del campo no necesitan las predicciones
del tiempo, porque lo ven venir sin el calendario a mano. Sólo asomarse a la
ventana, ver las nubes y el fluir del aire..., y saben qué tiempo vendrá.
Entre las
quejas de unos por el calor reinante y los lamentos de otros a la espera de una
estación más benigna, oímos como alivio el refranero a mano, como sentencia que
hubiere de cumplirse porque, de no ser así, no se hubiere creado. Días pasados,
en un bar de barrio, alguien a mi lado, dijo: "El tiempo no se lo come el
lobo: si no viene antes, viene después". No lo hubiere oído nunca; pero
quienes vivieren entre lobos, bien lo conocen. Quiere decir que ambas
estaciones, a tiempo o destiempo, acaban por llegar con su cortejo de frío y
calores. O lo que es lo mismo: "Tarde o temprano, por San Juan es
verano". Ninguno tan acertado como aquel que dice: "En Burgos solo
hay dos estaciones: el invierno y la del ferrocarril", porque no se
distinguiere la estacionalidad como en nuestras latitudes, donde "no hay
primavera sin flores, ni verano sin calores, ni otoño sin racimos, ni invierno
sin nieves ni frío". En "Se equivocó la paloma", Alberti traza
un trasunto del revés que, a veces, nos juegan las estaciones:
"Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.
Por ir al norte, fue al sur.
Creyó que el trigo era agua
Se equivocaba.
Creyó que el mar era cielo,
que la noche, la mañana,
se equivocaba.
Que las estrellas, rocío;
que la calor, la nevada.
Se equivocaba.
Nos equivocamos de estación al
desear la de nuestra predilección, aunque "durante mayo, corre el lobo y
el verano", porque "en verano, hasta el más seco suda" y
"lluvia en primavera, verano en sequera", aunque hubiere 150
definiciones diferentes de sequía. Todo pasa, y lo nuestro, como las
estaciones, es pasar.
Miguel Hernández, en su poema
"El sudor", define el verano tan ansiado por los campesinos:
"En el mar halla el agua su paraíso ansiado
y el sudor, su horizonte, su fragor, su plumaje.
El sudor es un árbol desbordante y salado,
un voraz oleaje.
Llega desde la edad del mundo más remota
a ofrecer a la tierra su copa sacudida,
a sustentar la sed y la sal gota a gota,
a iluminar la vida..."
Todo pasa, y
"cuando a las seis veas oscurecer, otoño seguro es" y "el otoño
verdadero, por san Miguel el primer aguacero". Falta poco, aunque el calor sea mucho,
¿verdad, Carlos Benito, ido de Extremadura en los calores de agosto...?
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