miércoles, 9 de octubre de 2013

PERIODISMO Y POLÍTICA


           No podría entenderse la política sin el periodismo, ni el periodismo sin la política. El periodismo es política; el periodista es un animal político. El periodismo traduce, interpreta, amplifica la política; el político sirve al pueblo aprovechándose del altavoz periodístico. Nada sería el político sin el periodista; quizá tampoco, el periodista sin el político. "Peculiar relación, complicada a veces, necesaria siempre", la ha definido el presidente de la Asamblea en un concilio de periodistas en Cáceres. Periodismo y política se funden en pareja de hecho y derecho, a su pesar. No existirían el uno sin el otro. En los empieces de la Cámara extremeña, el orden del día lo fijaban sin pretenderlo, ni usurparlo, los periodistas. En "Ruegos y preguntas", bastare leer el periódico para llenar el continente de contenido. No hubieren sus señorías dedicación exclusiva y los periodistas ejercieren por ellos la conjugación que les une: lo que preocupa en la calle, las respuestas que desea el pueblo. El periodismo anticipa la realidad; el político, alejado muchas veces de ella, camina detrás, alargando la respuesta. Los reglamentos dilataban el tiempo. La política llegaba tarde; las leyes se ven sobrepasadas por la realidad del tiempo.
              Difícil equilibrio de poderes el de la política y el periodismo. Los políticos temen a los periodistas, aun necesitándolos. Todos hemos sido amenazados por una publicación molesta con querellas criminales. Y no hubieren razón, porque las grabadoras recogieren sus palabras y las del contrario.  El silencio de los políticos (ruedas de prensa sin preguntas, no hablar de un asunto de actualidad hasta apagar la llama encendida...) revela su temor al periodismo incisivo, independiente, que no matrimoniare con nadie. Otros hubiere que pretendieren comprar su voz: que el periodista transmita no la verdad, sino "su" verdad, que no fuere la que necesitare el pueblo; que sirva no el interés de aquel, sino sus propios intereses, como si fueren señores medievales con derecho a pernada. Pues, ¿a quiénes debieren servir unos y otros sino al pueblo y su verdad? La ética debiere marcar el fiel de una balanza que a unos obliga a tener la verdad como norte y a otros, el reproche como cruz. El político es delegado de la soberanía popular; el periodista no solo es cronista de su ejercicio, sino fiscal del pueblo ante el político díscolo, incumplidor, corrupto en su misión. El respeto entre ambos se supone; pero este no debe eludir la crítica que no complace ni la información que no conviniere dar. "Sensu contrario", no debiere un periodismo, hoy tan al uso, sobrepasar los límites de unos principios que convierten la ética en un comercio impropio de la profesión.
              La libertad de opinión y expresión no tienen más confines ni límites que los indicados en la ley: donde principia mi derecho, no termina el tuyo; donde comienza mi libertad, convive con la suya. El respeto, recíproco; la libertad, entera. El periodista, en su lugar; el político, en su sitio. La verdad y el respeto como norte y guía. No fueren libertad de información las medias verdades, la ocultación de la verdad misma, enemiga del periodismo, cautivas del político. En unos subyace la objetividad subjetiva; en otros, la subjetividad partidista, el interés del partido y electoral frente al general, intentando tapiar las alamedas sin fin para que el pueblo pasee en la libertad conquistada.
 

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