"Yo
soy casto. La casta es una oligarquía que se protege de forma
cuasimafiosa, como los Pujol",
proclama un político emergente de España, no solo catalán, hijo de padres
comerciantes, catalán y andaluza, Albert
Rivera, en un periódico nacional de hoy.
La casta y los castos han surgido como voces también
emergentes en el vocabulario político actual; pero, quiénes son la casta y los castos. Los políticos del bipartidismo y adláteres llaman a sus
adversarios neonatos "casta";
y otros, instalados en el poder, se autodenominan a sí mismos como "castos", en un intento de excluirse
del rebaño de la casta.
Dícese que la casta
es un grupo que forma una clase especial y tiende a permanecer separado de los
demás, por su raza, religión... Eso era en origen, por ascendencia o linaje;
pero cuando todos somos iguales ante la ley, la acepción es inaplicable a esa
definición. La casta es eso y mucho
más. No estamos en la India, país donde las castas
son grupos que pertenecen a una unidad étnica mayor, aunque los políticos de
aquí asuman parte de esa filosofía, de mundo y aparte; de ahí, el concepto de casta política. El Diccionario de la RAE
define casta, término popularizado
por el partido emergente, como "grupo que forma una clase especial y tiende
a permanecer separado por su raza, religión, etcétera." Volvemos, con
ello, a los orígenes del vocablo. El sustantivo devino por la religión y se
asocia hoy a la política. Las castas
nacieron en la India en el 1.500 a. d. C.; continuaron con el Imperio español (de casta le viene al galgo, como el perro de casta). Así, un ejemplo de casta de origen: español-indígena da
lugar a la casta resultante, mestizo.
Hay, empero, otra acepción que se acerca
más a una definición genérica de la casta:
parte de los habitantes de una sociedad que forma clase especial (la casta), sin mezclarse con los demás.
Confieso que lo he vivido. La casta
solo se mezcla con el común de los mortales en las elecciones; cuando ya
hubiere el escaño, te saluda y te da la espalda, porque tú no eres de los
suyos, no formas parte de su casta. Ellos son la casta, los que ni siquiera te responden cuando les escribes; los
que no dan la cara porque se sienten cómodos en su casta y les da vergüenza mirarte a la cara. Y se llaman compañeros o camaradas, a la antigua usanza, aunque de eso no tuvieren nada, más
que los intereses que les unen, que no fueren los del común. La casta no desea cambiar para seguir
siendo casta, aunque algunos se
llamen castos, los que se abstienen
de todo goce sexual, o se atienen a lo que se considera como lícito. Estos son
los castos de verdad, como Albert Rivera o Núñez Feijóo: "Yo
no pertenezco a ninguna casta." Otros, que
niegan pertenecer a la casta, no
podrán negar tampoco que son castos.
Ni lo uno ni lo otro. Ser de la casta
es hoy, como ayer, una distinción; ser casto,
una virtud, en una segunda acepción: honesto, puro, que no tiene picardía ni
sensualidad. El PP se podemiza para
salir al paso de quienes dicen que personifican la casta y declaran en sus asambleas: soy
de la casta de... "A lo mejor resulta que la verdadera casta son ellos", añadía un miembro de la dirección nacional. A lo mejor, la casta son todos y los castos, los menos. "Y el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra" (Jn: 8: 1-7), de la casta y de los falsos castos.
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