martes, 27 de marzo de 2018

LA LEY EN JESUCRISTO


           Jesucristo resume en el amor el cumplimiento de la ley:  "No debáis nada a nadie, sino el amaros unos a otros; porque el que ama a su prójimo, ha cumplido la ley. Porque esto: no cometerás adulterio, no matarás, no hurtarás, no codiciarás, y cualquier otro mandamiento, en estas palabras se resume: amarás a tu prójimo como a ti mismo. El amor no hace mal al prójimo. Por tanto, el amor es el cumplimiento de la ley." (Romanos, 13, 8-10).
           En el Sermón de la Montaña, Cristo fija nítidamente lo que es, y debe ser, el cumplimiento de la ley: "No penséis que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles su plenitud. En verdad os digo que mientras no pasen el cielo y la tierra, no pasará de la ley ni la más pequeña letra o trazo hasta que todo se cumpla. Así, el que quebrante uno solo de estos mandamientos, incluso de los más pequeños, y enseñe a los hombres a hacer lo mismo, será el más pequeño en el Reino de los cielos. Os digo, pues, que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el Reino de los Cielos."(Mt. 5:17).
            Los escribas y fariseos hacían una interpretación formalista y egoísta de la ley. Jesús se enfrenta a ella y les hace ver que: las normas dadas por los legalistas, no son ley de Dios, sino inventadas para su utilidad y provecho (Mt. 15, 5-6); el hombre no está hecho para la ley, sino la ley para el hombre (Mc, 2, 23-28); no basta el cumplimiento exterior de la ley, sino que es necesaria la conversión del corazón (Mt. 15, 2); el cumplimiento de la ley no debe conducir a una actitud de suficiencia ante Dios ni de desprecio ante quienes no la conocen ni cumplen (Lc. 18, 9-14), sino al amor a Dios y al prójimo.
            Aunque la mayoría de los pueblos que formaban parte del Imperio Romano tenían sus propias leyes, a principios del siglo I el Derecho Romano se había impuesto en casi toda la cuenca mediterránea. La ocupación imperial había desarrollado un corpus legislativo aplicable tanto a los ciudadanos romanos como al resto de la población. El pueblo de Israel, aunque sometido al Imperio, disfrutaba también de una ley propia: la ley de Moisés, un ideario ético por el que Dios invita a su pueblo a seguir sus instrucciones. Colisionan las dos leyes en tiempos de la vida pública de Jesús: en cierta ocasión, Jesucristo eludió la trampa saducea que le tendían los fariseos y los seguidores de Herodes, cuando le preguntaron si era lícito que los judíos pagaren el tributo a las autoridades romanas. Él pidió un denario y preguntó quién era la figura representada en la moneda, y le respondieron que César. Entonces, les dijo: "Dad, pues, a César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios." El gobernador romano Poncio Pilato se vio obligado a decirle a la turba exaltada que pedía su crucifixión: "No encuentro delito en este hombre... Lleváoslo vosotros y juzgadlo según vuestra ley. Y para quedarse tranquilo, se lava las manos mientras dice: Soy inocente de esta sangre; vosotros veréis." (Mt. 27-24).
           La vieja aspiración histórica a establecer un "gobierno de leyes" dio lugar en la cultura jurídica europea al ideal del imperio de la ley, piedra angular en la que se sustenta la legitimidad de nuestros ordenamientos jurídicos vigentes, herederos de las máximas romanas Dura lex, sed lex (dura es la ley, pero es la ley) o Fiat iustitia, et pereat mundus. (Hágase justicia aunque perezca el mundo) que Hegel retrucó en su conocido: Fiat iustitia ne pereat mundus (Hágase justicia para que no perezca el mundo).

 

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