Hay políticos de
vocación y otros, de profesión. "La política es el arte de impedir que la
gente se meta a lo que sí le importa", decía el escritor y diplomático
mexicano Marco Aurelio Almazán
(México, 1922; Mérida, Yucatán, 1991). Guillermo
Fernández Vara ha sido forense antes que político; es ahora político antes
que forense; ahora de vivos, no de muertos. Le ha dado la vuelta a la frase del
mejicano Almazán: si no deseamos
saber nada de la política, otros vendrán que la harán por nosotros. Por eso, él
está en política: porque ha diagnosticado a los vivos de su pueblo y conoce sus
necesidades. Superpone ahora la ciencia de la medicina a curar las necesidades
de los demás. Mejor estaría en su profesión, en su casa. Eso es lo que
diferencia al político de vocación del profesional: el primero mira por el
resto; los segundos solo miran para sí. Vara
se hace a sí mismo parte de la solución tras asumir el problema. No es, como
dijere Woody Allen, "la
vocación del político de carrera es hacer de cada solución un problema".
Aunque no fuere una ciencia exacta, como señalare Otto von Bismarch, el político diagnostica los problemas para
darles solución. Los problemas están ahí: en las personas, en la gente..., que
solo ven en la política la posible solución a sus problemas. Y nosotros,
defiende Vara, somos parte de la
solución al problema. La política como el arte de lo posible; la política,
ejercida con pasión, sentido de la responsabilidad y de la distancia, según Weber, como directrices fundamentales
de su ejercicio, para que el político no se convierta en un hombre enceguecido
por sus ansias de poder, ni tampoco en soñador apasionado que desee llevar a
cabo sus ideales sin tener en cuenta la realidad circundante. Vara supo entrar, estar y salir un
tiempo para volver después. Torna a la tribuna otra vez como candidato y, como
en el poema de Miguel Hernández,
"El niño yuntero",
"Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande sobre su planta."
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