Los dos primeros días de noviembre, el Sol alumbra la vida y
la muerte; los anónimos santos que esperan y los difuntos que recordamos. El
orto y el ocaso; la luz y la oscuridad; el alfa y omega; el principio y el fin;
el punto y seguido que nace y se desarrolla y el punto final de la vida que
muere para resucitar después y prolongarla eternamente en el paraíso prometido.
Hay un
culto a la muerte más que a la vida, cuando aquella no fuere el final. Vivimos
la vida sin pensar en nuestra condena a la muerte. Se anuncia la llegada de la
vida; pero no la hora ni el día de la muerte. El orto se espera, pero los
clarines del firmamento no anuncian el ocaso. Es un negocio la muerte, de la
que muchos viven en vida, como si ellos no hubieren de pagar peaje alguno para
morir. Cada día cuesta más morirse; se alarga la vida, pero llega la muerte,
cada día más costosa hasta después de muertos. Se ensanchan los cementerios;
quedan absorbidos por la ciudad. Los ayuntamientos suben las cláusulas suelo
para hipotecar más la vida tras la muerte, como los bancos y las cajas, a punto
estas de su muerte anunciada. Ya no hay nichos perpetuos, como la vida misma.
La perpetuidad de la inhumación habrá de pagarse eternamente hasta el fin de
los siglos. No hay lugar en la tierra
para tantos muertos, ni tierra ni trabajo para, cada día, más vivos. Crecen los
muertos; disminuyen los vivos. No puede crearse vida con unos cheques-bebé,
cuando los potenciales padres no hubieren trabajo, ni casa, ni vida, ni futuro
de vida. No puede haber vida si no hay vida, ni calidad de vida --mínima,
bastante-- para vivir la vida; como la que hubieren los políticos y banqueros,
que matan la vida de los necesitados para crecer ellos solos en más calidad de
vida. Y se limitan a ofrecer cheques para crear vidas; que las creen ellos, que
hubieren tiempo y dinero bastante para hacer lo que predican.
En una
sociedad, cada día más cautiva de la vida y de la muerte, los cipreses se alzan
sobre las tumbas como símbolo de unión entre el cielo y la tierra; símbolos de
duelo, evocan la inmortalidad y resurrección; símbolos de la generación, de la
muerte y el alma; árbol perenne, siempre verde, de madera incorruptible, frente
a la corrupción humana que cobija tras la muerte, cada día más en la propia
vida; la angustia, la inmortalidad y la mansedumbre en la simbología cristiana,
según J. A. Pérez-Rioja; de hoja perenne; longevos, frente a la vida caduca,
que eleva al cielo las almas de los difuntos. Quién lo cantare mejor que
Gerardo Diego al ciprés de Silos, que elevare su verticalidad en el centro del
jardín de su claustro:
"Enhiesto
surtidor de sombra y sueño
que acongojas al
cielo con tu lanza.
Chorro que a las
estrellas casi alcanza
devanado a sí mismo
en loco empeño.
... ... ... ... ...
... ... ... ... ... ... ... ... ...
Cuando te vi,
señero, dulce, firme,
qué ansiedades sentí
de diluirme
y ascender como tú,
vuelto en cristales.
Como tú, negra torre
de arduos filos,
ejemplo de delirios
verticales,
mudo ciprés en el
fervor de Silos."
Los nichos vacíos esperan acoger la
vida apagada de este mundo. Como en Granadilla, 27 nichos nuevos, construidos
por el Ayuntamiento de Zarza de Granadilla, esperan a su hijos que deseen
aguardar allí la resurrección de los muertos. La desafectación del cementerio
realizada por su alcalde, Germán García, hijo del pueblo, con Parques
Nacionales, propietario de la villa perdida, ha permitido esta realidad, que
alguien, que se creyere en vísperas de los Santos portavoz de su pueblo, y al
que nadie diere vela en este entierro, más que Canal Extremadura TV, se
arrogare para sí un mérito que no hubiere, ni representación alguna que nadie
le otorgare. Como una radio y televisión públicas que sobraren en una región
con más necesidades que dar portavocía a quienes no fueren representantes del
pueblo, y que se atreven a sentarse a una mesa a la que nunca fueren invitados;
como los únicos portavoces a quienes se les otorgare más palabra que a otros se
les negare. ¿A qué hablar de la vida de unos cuando se niega la muerte de
otros?, como la de Granadilla, cayéndose a pedazos, el programa de
reconstrucción paralizado; las vallas cubriendo las paredes a punto de caerse
para evitar males mayores, que echar por tierra el dinero público invertido en
su reconstrucción, quizá la vida misma de sus adolescentes moradores durante dos
semanas..., y nadie habla de esto, si acaso los hermanos Armero --de Cáceres y
Plasencia--, y quien suscribe, de Granadilla, Plasencia y Cáceres. ¿O no hubiere
bandera de estos pueblos para denunciarlo...?, como para recordar a los muertos
de este año: Guillermo González Rivero, ·El Capi"; Jovino Garzón Alcalá,
Victoria Jiménez Sánchez, y Teófila López, esposa de Celedonio Hernández,
"El Molinero", que no llegó a cumplir los cien años por tan poco,
tras una vida entera repartida entre dos villas: Granadilla y Madrid, en el
exilio forzado.
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