martes, 24 de diciembre de 2013

LUZ DE LUZ



               El Niño nacido del Padre es, además, de Deum de Deo (Dios de Dios), lumen de lumine, luz de luz, rezamos en el Credo. La luz, siempre presente en la manifestación divina, la luz que brilla entre las tinieblas. El Nacimiento del Niño-Dios es la luz del mundo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida." (Jn., 8, 12). Cinco años antes de que Jesús naciera, Samuel profetizó que Cristo vendría pronto al mundo y dijo que habría señales de su Nacimiento: luces en el cielo; oscuridad en la noche anterior a su venida (S-II); nueva estrella en los cielos; llega la luz del mundo; la verdad que trajere, como luz del mundo. Por ello, estamos entre luces. En la Creación, en principio era la oscuridad, "la tierra no tenía forma, y la oscuridad cubría las aguas profundas. Entonces, dijo Dios. Que haya luz, y la luz se hizo... Y vio que la luz era buena. Luego separó la luz de la oscuridad, y llamó a la luz, día, y oscuridad a la noche." (Gn. 1: 1-2:7). El Niño es la luz, en casa; en la calle; en iglesias y avenidas. La luz presente en la oscuridad; inextinguida luz del alba, resplandeciente aun en el firmamento --lucero del alba, estrella de la mañana-- guiándonos antes de la luz solar, "raíz y linaje de David, la estrella resplandeciente de la mañana" (Ap., 22-16); arco iris, o el pacto escrito "entre mí y vosotros y todo ser viviente que está con vosotros, por siglos perpetuos". (Gn., 9: 12-17).
              Luz de luz derramada en el Evangelio, como la lámpara puesta en el candelero, para que los que entren vean la claridad. "Tu ojo es la lámpara de tu cuerpo. Si tu ojo recibe la luz, toda persona tendrá luz; pero si tu ojo está oscurecido, toda tu persona estará en oscuridad. Procura, pues, que la luz que hay dentro de ti no se vuelva oscuridad. Si toda persona se abre a la luz y no queda en ella ninguna parte oscura, llegará a ser radiante como los destellos de una lámpara." (Lc, 11: 34).
 
              Los tapices anuncian hoy en los balcones de las ciudades la luz condensada, anunciadora, del Nacimiento del Niño; como en las puertas de las catedrales, los bajorrelieves en piedra. El evangelista Juan acentúa la oposición entre ´la Luz´, el `Camino´, la `Verdad´ y la `Vida´ y los que se niegan a creer en Él, y anticipa el eterno conflicto entre la luz y las tinieblas.
 
              "Vosotros sois la luz del mundo. No puede ocultarse una ciudad situada en la cima de un monte. Ni tampoco se enciende una lámpara y la ponen debajo del celemín, sino sobre el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa. Brille así vuestra luz delante de los hombres..." (Mt., 15, 13-16).
 
              Un mundo en tinieblas necesita su luz de luces, porque "el que anda entre tinieblas, no sabe a dónde va" (Jn. 12-35). El Niño que nace esta noche es la verdadera luz del mundo: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue, no andará en tinieblas." (Jn.: 8-12), y sus discípulos serán también la luz del mundo si hablan de la luz del Evangelio, "para que abras sus ojos, para que se conviertan de las tinieblas a la luz" (Hch. 16:18), en un mundo sin luz, en la tierra de luces por Él alumbrada, en la noche oscura del alma, según los versos de San Juan de la Cruz:

                                           "¡Oh noche que me guiaste,
                                           ¡Oh noche amable más que el alborada!,
                                           ¡Oh noche que juntaste
                                           amado con amada,
                                           amada en el amado transformada!"

...En la noche oscura de la tierra cuya luz nos niegan por tan cara, a quién pedir tu luz, Señor, sin esperar al alba..., sin aceite para encender las lámparas para recibir al esposo, como en la parábola de las diez vírgenes..., que iluminare su llegada; las nupcias a punto, llegado el novio tan esperado, la lámpara ya encendida, al aguardo...


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