jueves, 26 de diciembre de 2013

UN INMIGRANTE CACEREÑO EN DÜSSELDORF


           Es triste morir en Navidad; más aún a los 72 años, a cuatro días de los 73. Creo que fuiste a Düsseldorf, en los sesenta, a buscarte la vida, como tantos españoles. Te fuiste con Pepi, tu esposa; a fraguar tu vida para volver; a la espera de Adrián y Paula. Ignoraba que fueras abuelo ya, tocayo del alma, con quien tantos afanes compartimos, conversaciones de café y de fútbol.
              Pensaba en ti; quería ir un día a Torreorgaz para hablar, quizá por última vez, contigo. Tanto como hablamos, como compartimos, como vivimos, y te has ido sin decir adiós. Como casi todos. Sería quizás en Düsseldorf a donde fuiste. Veinte años quizá, para volver y vivir de tu bar otros tantos; como tus cuñados; como tantos españoles, cuando no había otra cosa. Cerca de mi casa, en "Pantrigo", tenías a Andrea, tu hermana, a la que visitabas de cuando en cuando. Se jubilaron, como tú. Otros han seguido con el negocio. Veinte años en Alemania, veinte en España con un bar para vivir. Hoy, los jóvenes no tienen contrato si no saben el idioma; ni siquiera hay negocios para vivir, ni contratos a los que asirse.
              Cuando llegamos cerca de ti me preguntaste si por la tarde también trabajábamos. "Claro: por la mañana se ara; por la tarde, se recolecta." No comprendías. Enseguida, entendiste. Estábamos contigo mañana, tarde y noche. No dabas crédito a nuestra prolongada jornada de trabajo. Te dimos vida; tú, Pepi y Adrián nos la distéis también.
              Un día estuve en Alemania, en Heidelberg. No me olvidé de ti. Te traje un recuerdo. Me lo agradeciste tanto, como cuando ganamos la octava y la novena, que no pude ver en directo; pero me esperaste y compartimos el triunfo.
              Nos llenaste de sonrisas, de conversaciones, de rabas de calamares; de cafés, cañas y copas. Fuiste nuestra prolongación del trabajo; nuestro descanso, nuestro ocio, nuestro fin sin fin hasta que un día te dejamos. Volví a verte en tu bar y en el lugar que nunca quisimos; en "Pantrigo", con Andrea, y en el hospital con Pepi, cuando tu cuerpo iba menguando por la enfermedad. Te visitaba en tu lecho, como iré a Torreorgaz a orar en tu tumba. Recordaré allí los doce años de gloria contigo; tu bar sin ti, con otros patronos, pero siempre tu memoria, Félix Pulido, inhumado esta mañana en tu pueblo, de donde partiste un día para volver ya para siempre. Adiós, tocayo, amigo, para siempre. Vi tu esquela al salir de otro funeral. La vida nace para morir; pero en ti trasciende en los tuyos y en quienes, al pasar por tu bar, ya cerrado, como tu luz, recordemos tu alegría de servicio, como la de Pepi y Adrián, tus luces en la tierra, junto a Sara.

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