Antonio
Martín Majadas, alcalde placentino de la transición de
la dictadura a la democracia, entre Serrano
Pino y Mariño Roco, no ha pasado
a la historia placentina por ese papel que le tocare desempeñar, sino más bien
por su faceta de profesor en el colegio de San Calixto, en el que ejerció la
docencia durante casi medio siglo, y por su roles como profesor, militar,
abogado e investigador de la historia de Plasencia.
Infatigable investigador, no dejó de escribir libros
sobre su ciudad de acogida desde 1993, en que escribiere su primera obra dedicada
a la patrona, la Virgen del Puerto, y sobre la historia de la ciudad que le nombrare
hijo adoptivo. Pasaba los 90, y seguía escribiendo sobre Plasencia y sus
gentes...
Hay otra faceta más desconocida de don Antonio: sus artículos en periódicos.
No le bastare con los libros que escribiere para dar a conocer la ciudad amada,
que nos unió a los dos años después, A finales de los 80 y principios de los
90, Martín Majadas venía a verme a
mi despacho de El Periódico Extremadura para darme en mano sus artículos sobre
Plasencia. Me los desmenuzaba sin leérmelos, me pedía licencia sin que se la
otorgara, sabedor que se la daría; me insuflaba Plasencia; me la vendía a
sabiendas que se la adquiría por la gratitud debida. Pues, ¿que debería yo a
Plasencia? Tanto como él: mi primera ciudad, los paseos por la calle del Sol y
por la plaza; mis largas esperas en la Corredera; mis visitas a Santo Domingo; las
noches de verano en El Nido... Le contaba esto y don Antonio se emocionaba como un niño que hubiere dado con su media
naranja placentina. Y se explayaba, con la confianza toda otorgada; como si
fuéremos paisanos de toda la vida... Y don
Antonio seguía y proseguía hablándome de Plasencia..., como si allí viviéramos
los dos... "Ojalá pudiera tener tiempo para ir con usted a tomar un café a
El Español, sin prisas y sin pausas, don Antonio; pero tengo que cerrar el
periódico. Algún día le veré en Plasencia, más tranquilos; le invitaré a un
pastel en `Arenas´, recorreremos hacia arriba y hacia abajo la calle del Sol,
daremos la vuelta a la plaza, a la Corredera, si le apetece...; pero ya no me
queda más tiempo, don Antonio...
Otro día seguiremos..." Y don
Antonio, obstinado, seguía hablándome de Plasencia sin parar. Y si le
recordaba que quizá hubiere tenido algún primo discípulo en San Calixto, no
digamos; y si le decía que otro primo fuere capitán en el Regimiento Órdenes
Militares número 37..., no paraba; y si le recordaba que tuve hermanos en las
Josefinas y en Santo Domingo, no digamos...; y si le mencionaba a su antecesor,
Serrano Pino, y a su sucesor, Mariño Roco, no paraba... "Don
Antonio: discúlpeme, pero tengo que seguir..." Entonces, él se levantaba y
pesaroso, me decía: "Adiós, hijo: hasta la próxima..." Y no hubo
próxima, don Antonio; como cuando al
actual alcalde, Fernando Pizarro, le
pregunté un día en el Poblado de Gabriel y Galán por una antigua amiga y me dio
la noticia que nunca deseé oír; como ésta que acabo de leer... Ya no podré
esperarle más, sino ir a ver su tumba, comandante, alcalde, paisano adoptivo;
pesado por Plasencia donde los hubiere; pero amable, conciliador, amigo..., voluntario
de Plasencia hasta su muerte. Descanse en paz, comandante, alcalde, paisano
adoptivo..., cuyas letras publiqué y cuyas palabras ya no oiré más, aunque
ahora me parezca oírlas de nuevo, don Antonio,
como si estuvieres presente ante mí, rogándome unas líneas por la ciudad
soñada... ¿Hubiere de negárselo por Plasencia; pudiere Plasencia negarle sus
honores..., si usted le presentó armas sin deber?
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