jueves, 9 de junio de 2022

LA VENTANA ENCENDIDA


    No ha llegado aún la mañana y ya en invierno, ya en verano, observamos la ventana encendida: las chimeneas nos dicen por sus columnas de humo que sus dueños, ya despiertos, han encendido leños de encina para calentar la casa del pueblo; ahora son las columnas de humo de las calefacciones las que se elevan al cielo en las ciudades. Durante todo el año, oteamos una ventana encendida. No fuere por el humo, sino por la televisión puesta, por lo que deducimos que al amo se ha levantado muy temprano.

    En los pueblos, a esas horas finales de la madrugada, antes de que los gallos rompan el alba, los dueños se aprestan a tomar un café migado con leche de cabra antes de salir al campo con sus ganados, o a darse un paseo con su perrita. En la ciudad, el hombre enfermo no puede más en la cama, se levanta y enciende la televisión, tras cerrar la puerta para no molestar a la familia que aún duerme. En los años sesenta del pasado siglo era la radio la que nos despertaba. El amo la encendía no tanto para enterarse de las noticias, sino para alegrar la madrugada, antes de marcharse al campo o a sus negocios.

    La ventana encendida del pueblo, la ventana encendida en la ciudad…, tan distintas y distantes en sus afanes y fines. Los habitantes del pueblo veían la del bar encendida y entraban a tomarse sus copitas de coñac para calentarse del frío de la madrugada, cuando solo los terratenientes hubieren pellizas para combatirlo. Son diferentes las ventanas encendidas de la ciudad. Solo indican que sus habitantes se preparan para iniciar su turno a muy temprana hora. Tendrán que viajar quizá para llegar a sus destinos y no fuere ya, como antes, con algún animal de la cuadra o en bici para un largo viaje, sino en autobús o en coche, o patinete en la ciudad.

    Siempre vemos una ventana encendida ahora en la ciudad. ¿Qué hará su morador levantado a hora tan temprana? Se habrá acostado pronto la noche anterior; se le habrá terminado el sueño; quizás, enfermo, no aguantare ya en la cama. Dolientes en su propia casa, no hubieren otro entretenimiento que ver las noticias que repiten en la tele. Los intermitentes cambios de luz en la ventana encendida denotan que ven la televisión, tan temprano, porque sus hombros caídos no tuvieren ya otro oficio. No se leen ya libros a esa hora para despertar las neuronas, ni los jóvenes repasan sus apuntes y esquemas antes de encaminarse a un examen que les ocupa y preocupa.

    Las ventanas encendidas se ven hoy más tras la caída del sol que por la madrugada. Cada día con menos habitaciones con vistas, la ventana encendida nos revela la vida despierta, afanes ocultos y un diario por cumplir; el paso inexorable del tiempo, que da lugar a un nuevo día cuando la noche expira. Hay que asearse por necesidad y urgencias. El tiempo vuela tras la ventana encendida y las calles por poner. No circula ahora vehículo alguno; ningún ruido se oye en la calle; pero siempre, a cualquier hora de la madrugada, hubiere una ventana encendida en la ciudad.

    En el pueblo, un jubilado se pasaba leyendo toda la madrugada y dormía por la mañana. Era militar retirado, ocupado en esos menesteres cuando nadie pudiere molestarle. Hoy, en la ciudad, siempre vemos desde el balcón alguna ventana encendida, la persiana casi cubriéndola toda, para preservar la intimidad.

    Ventanas encendidas en el pueblo y en la ciudad, como si la vida no se apagara nunca en ellos, porque sus moradores ahora faenan, ya se levantan, se aprestan a dejar la casa para iniciar un nuevo día. Solo entonces, tras el canto del gallo, la ventana encendida se apagará al despuntar el alba, se abrirán sus hojas para ventilar la casa y comenzará un nuevo día…

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