lunes, 6 de junio de 2022

NADAL, PUNTO Y APARTE


    Rafael Nadal no puso ayer su “punto y final” deportivo en París, como se empeñan en decir los locutores deportivos. Ni siquiera el punto final. A pesar de su lesión crónica en el pie izquierdo, reveló su futuro: “Voy a seguir intentándolo.” Es decir, escribe un punto y aparte en su brillante carrera deportiva tras lograr su decimocuarto Roland Garros.

    Ya escribí hace tiempo sobre los equívocos a que nos conducen los locutores deportivos en el habla oral y hasta en la escrita. Oír todos los días la misma cantinela, te lleva a adoptar como dogmas unos sintagmas equivocados: “Y aquí ponemos punto y final a esta retransmisión”, “Nadal ha puesto, una vez más, su punto y final en Roland Garros.” “El árbitro ha puesto punto y final al partido, indicando el camino de los vestuarios a los jugadores.” Pues no. Solo la muerte pone el punto final a la vida, porque los difuntos ya no podrán escribir ni dictar más puntos y seguido, puntos y aparte y puntos finales, nunca punto y final.

    El punto con el que se termina un escrito o una división importante de un texto se llama punto final, nunca punto y final. El punto final da también por zanjado un asunto: “Con ese argumento, Nadal puso punto final a la discusión.” El Diccionario panhispánico de dudas señala acerca de esta variante: “No es correcta la denominación punto y final, creada por analogía de las correctas punto y seguido y punto y aparte.” La Fundación para el Español Urgente (Fundéu-RAE) recomienda evitar punto y final tanto al punto que da fin a un texto como aquello con lo que termina un asunto, y emplear en todos los casos punto final.

    Esta utilización incorrecta del punto nos recuerda a quienes, ya hablantes o escritores, no saben distinguir cuándo hay que decir buenos días, buenas tardes y buenas noches, nunca buenas madrugadas, por impura analogía lingüística, en el decir de algunos locutores radiofónicos de madrugada. Ya lo advirtió el maestro Lázaro Carreter cuando escribió un artículo sobre el particular: “No pasa mucho de la medianoche; algunas emisiones, pocas aún, van diciendo adiós a su audiencia deseándole ¡Buenas madrugadas! La nueva finura, repetida una y cien veces por sus adictos, hiere la noche como una lluvia de alegres banderillas clavadas en el idioma: ¡Buenas madrugadas!” (Véase El País, del 07/03/1999). Para un hispanohablante, la jornada se divide, a la hora de saludar, en tres grandes partes: “el día”, que equivale a la mañana, desde el alba hasta el mediodía; “la tarde”, desde el almuerzo hasta la caída del sol o el cese de la luz; y “la noche”, desde la llegada de la oscuridad hasta un nuevo amanecer. No todos los hablantes saben distinguir cuándo debe utilizarse un saludo u otro.

    Cada día sufro a unos colegas de radio empeñados en recordarnos quién es el presidente de la Junta o el alcalde de tal o cual ciudad y el presidente de la Diputación, antes de dar paso al canutazo o corte radiofónico previamente grabado. “Guillermo Fernández Vara es el presidente de la Junta de Extremadura.” Hasta ahí llego, colega. Naturalmente que lo es. ¡Cómo no va a serlo! Lo es desde el momento en que fue investido por el órgano representativo del pueblo: la Asamblea de Extremadura, o el ayuntamiento o el pleno de la Diputación Provincial. ¡Hasta ahí podríamos llegar…! Pues nada, dale con la cantinela del es, que sobra a todas luces… Nada digamos del mantra “como no podía ser de otra manera…” ¿Cómo es eso de que no puede ser de otra manera? Las cosas pueden ser de mil y una formas y maneras, tantas como dientes tienen los Andes desde Perú hasta Santiago de Chile…

    En los centros de salud, observamos cómo en las puertas de los despachos de médicos y enfermeras, anuncian: “Las citas hay que cogerlas en el mostrador de la entrada.” ¡Ay si viera aquello un mexicano! Dicen coger por pedir, solicitar. En los países americanos es sinónimo de la coyunda de la pareja…

    Nada digamos de quienes escriben, tras la interrogación o admiración de cierre, otro puntito, por si fuere poco los que llevan implícitos ambos signos ortográficos. Valen como puntos y seguido, puntos y aparte y como puntos finales. No hacen falta más puntos. O los años con puntos: 2.022, como si no fueren todos corriditos, que dirían los mexicanos.

    ¡A qué seguir…! He dicho. Punto final. 


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