Los católicos esperan
el último domingo de Adviento, el domingo más próximo a la festividad de la
Navidad, como un tiempo de preparación para el nacimiento de Cristo. Los
españoles aguardan ese domingo como una espera importante que traiga nuevas
luces en su convivencia. El Adviento cristiano tiene cuatro velas, una por cada
domingo del ciclo litúrgico; cada vela es una virtud para mejorar: el amor, la
paz, la tolerancia, la fe... Coronas de Adviento con cuatro velas y una corona
de ramas de pino, la Corona de Adviento. La comunidad se congrega en torno a
ella y prepara la venida del Redentor. Mientras, los niños ultiman el belén
que, junto al árbol, presidirá las fiestas en su casa.
Mientras esperamos el Adviento cristiano y electoral,
observamos con tristeza la alegría de quienes ven en ellos una renovación
espiritual y social y la tristeza por los que faltan, a quienes el Adviento no
llegó ni llegará nunca más; la alegría de la Navidad que se torna en tristeza por
los ausentes. El tiempo de esperanza y de vigilia es para unos motivo de
alegría; para muchos, de tristeza. Cada año, hay un sitio vacío en la mesa; no
el de aquellos que no quisieren participar en la celebración, sino el de los
árboles ausentes que fueren un día nuestra fortaleza, apoyo y esperanza.
Mientras preparamos ese Adviento de esperanza, hay vidas que llegan antes que
la del picolo bambino que alegrará la
vida de muchos. Les conocemos; les vemos dormir plácidamente en sus cochecitos
de paseo para aumentar su vida.
Junto a esa vida que se nos regala, la vida que se nos
va. Hace unos días coincidimos en la calle con un amigo que ha perdido a su
padre. Nos paramos unos momentos junto a él: nos cuenta los últimos meses de su
vida; la soledad de su madre, a la que se dirigía a ver. Conocimos a ese hombre,
José María Ortiz; hubimos noticia de
algún percance serio, de aviso, sobre su salud, meses antes. Tras conocer su
muerte el día 1, a los 76 años, escribimos a uno de los hijos; conocíamos a los
tres... La vida nos une en aquellos momentos de alegría y tristeza, como la
Navidad misma.
Días antes, el 28 de noviembre, fallecía quien fuere
presidente de la Asamblea de Extremadura, el quinto: Juan Ramón Ferreira. Me regaló a mí ese hombre días de vida y
saludos inolvidables. Un día nos despedimos y nunca más le volví a ver, si no
fuere por televisión. Le despedí con la gratitud de los hombres bien nacidos,
que le reiteré en su hora final. Tenía 59 años; pero también su esposa había
fallecido en junio de 2013, a los 55. Cómo no conmoverse al oír al hijo en su
despedida decirle a su padre, ya difunto: "Hoy te reencontrarás con
mamá...", entre sollozos apenas contenidos.
El 3 de diciembre hubiere de escribir otro obituario
obligado del que fuere mi director del Instituto "El Brocense": Daniel Serrano García, fallecido a los
91 años, a quien conociere antes en su pueblo natal, Malpartida de Plasencia.
Le entregué a su sucesora hoy, Milagros
Cancho, una copia para más testimonio; le envié otra a nuestro embajador en
el Reino Unido, Federico Trillo Figueroa, para que conociere la noticia de quien fuere
su profesor de Matemáticas. El 25 de noviembre había acudido al Gran Teatro de
Cáceres para asistir al acto de entrega de la Medalla de Oro de la ciudad a su
Instituto por su 175 aniversario --él se ocupó del traslado hasta el día de la
inauguración del nuevo (el 15 de mayo de 1965); el día 3 del actual fallecía... No culminó el
Adviento quien tantos viviere.
Leemos hoy la triste noticia del fallecimiento del
hermano mayor del presidente de la Junta de Extremadura, Julio Jesús Fernández Vara, a los 59 años, como Ferreira, y con cuatro hijos. Tenía
previsto hoy su hermano Guillermo presidir
el Consejo de Gobierno en Mérida. Seguramente se celebrará a la hora en que
escribimos estos recordatorios, presidido por la consejera de Hacienda y
Administración Pública. La agenda sigue en pie. En noviembre de 2014 falleció
su hermana, María Lourdes Fernández Vara,
a los 57 años.
No tuvieron un final del Adviento para llegar a la
Navidad. No habrá Navidad feliz para quienes hoy sufren estas hojas del tronco
familiar caídas, a punto de culminar el otoño, cuando las luces iluminan las
calles y la Corona de Adviento presida quizás un belén con ramas de olivo.
Luces de Navidad, coronas de adviento y de espinas, de felicidad para unos, de
tristeza para otros. Navidades de siempre, tan esperadas y para olvidar, hasta
otro adviento en que el tiempo alivie la memoria...
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