martes, 8 de diciembre de 2015

UN DEBATE NO TAN DECISIVO

 
           No puede afirmarse que el debate protagonizado anoche por tres de los principales candidatos a la Presidencia del Gobierno de España y la vicepresidenta del mismo, por parte del PP, haya sido, como lo calificaban sus mentores de Atresmedia, como "el debate decisivo". Fue, sí, un debate atípico en el fondo y las formas frente al encorsetamiento de los debates a dos a que nos tenían acostumbrados hasta ahora todas las cadenas televisivas. En este, ha mandado, al fin, la libertad de expresión y el periodismo libre frente al corsé impuesto por los aparatos de los partidos en formas y tiempos, en preguntas y escenarios, y hasta en posiciones y decorado. Los moderadores --Vicente Vallés y Ana Pastor--  no se han pasado de la raya, han intervenido lo justo para solicitar el debido respeto a los candidatos que estuvieren en el uso de la palabra; pero, por primera vez, se habían sorteado las posiciones, las primeras y últimas intervenciones; todos tuvieron su minuto de alegato final para pedir el voto y explicar el porqué; hubo dos descansos en el que los candidatos solo podían hablar con un miembro de sus equipos, sin utilizar ningún instrumento para entrar en las redes sociales; nada de móviles ni tabletas; apenas unos papeles sobre el atril, que a la vicepresidenta, Soraya Saénz de Santamaría, ni le hicieron falta, pero que sí utilizaron en ocasiones los tres candidatos: Pedro Sánchez (PSOE), Albert Rivera (Ciudadanos) y Pablo Iglesias (Podemos), este con chuletillas tipo discurso universitario.
            Cuando todo el pescado está más que vendido, seguir hablando hasta en las vísperas de que todavía hay un 20 por ciento de indecisos, sin contar para nada a los abstencionistas pasivos, a los que votan nulo o en blanco, es no conocer al pueblo español, que guarda su alma en su armario y su voto en lo más profundo de su corazón, porque todavía seguimos señalando con el dedo a unos y otros, según en qué filas militen o los santos de su devoción que hubieren, como si esto no fuere un derecho natural y constitucional de los ciudadanos, y sí un estigma que pudiere dar con tus huesos en el suelo si los hicieres públicos. Los cuarenta años de dictadura pesan más que los treinta y siete de la joven democracia y, así, tienen que tomarnos las medidas y darnos las normas para hacer un debate democrático, que el próximo lunes volverá a las andadas entre el candidato a presidente, y presidente en funciones, Mariano Rajoy, y el actual líder de la oposición --también en funciones--, Pedro Sánchez. Hasta en las vestimentas --a la que a nadie obliga, más que en hoteles o lugares vip, a las que Pablo Iglesias hace caso omiso, y seguirá de por vida con su coleta y camisa arremangada, como el otro día en el Congreso y anoche en el debate (no queremos pensar que un día llegara a una alta magistratura y le prohibieran la entrada en algunos lugares), o los tratamientos debidos --señora y señores, en lugar del tuteo, más propio de amigos que de un debate que se presume de altura--, estamos donde estamos, en un país diferente que sigue tirando las colillas al suelo y hablando a voces en los bares..., por si no hubiéremos bastante con atiborrarnos con los cuarenta latinos, como antes con los cuarenta principales...
            Hasta aquí hemos llegado en la denominada todavía "joven democracia española", con el todo atado y bien atado franquista, que hasta ahora se había visto en televisión en el fondo y las formas..., hasta ayer, o quizá no, que diría el ausente presidente del Gobierno en funciones y candidato Mariano Rajoy, que nada se perdió, aunque su ausencia fuere tan denostada por todos que a su vicepresidenta, que le suplió con todos los honores, solo le faltó defender y defenderse diciendo que, "aunque el candidato sea uno, el PP no es un proyecto personalista y cualquiera del equipo puede venir a explicarlo". (Véase politica.elpais.com, de hoy); sin embargo, conviene recordar que Rajoy también eludió el debate del citado periódico el 30 de noviembre y, por ello, rechazó la propuesta de que fuere su vicepresidenta y dejó su atril vacío en protesta porque "un debate con vocación de ser un debate presidencial, exige la presencia de los cabezas de lista, como en todas las sociedades democráticas". (Véase politica.elpais,com, de 25/11/2015).
            Mientras el PSOE continúa erigiéndose en líder único del cambio  --en un claro intento de aglutinar a derecha e izquierda de su espectro los votos que se le escapan por los dos flancos--, vimos a un Pedro Sánchez excesivamente nervioso, pese a las reiteradas llamadas a la tranquilidad de Pablo Iglesias; muy encorsetado, con su papel aprendido de memoria y con un argumentario que no termina de convencer; pero, ¿qué es eso de llevarse el Senado a Barcelona...? ¿Pensará acaso que, con ello, acallará la voz de los independentistas? Albert Rivera sigue sin despejar la incógnita de la pregunta del millón, aunque reitere que no apoyará a nadie si no logra la mayoría, porque "la vieja política no puede iniciar una nueva etapa política" (política.elpais.com. de la fecha) y, aunque no es un hombre que pierda los nervios, sí se le vio excesivamente nervioso, quizá porque los competidores fueron a por él tanto como a por la vicepresidenta. Un Pablo Iglesias más seguro y tranquilo de lo habitual, que parece hablar siempre ex cathedra, pero que cada vez parece convencer a menos, sobre todo por un discurso que no tiene fin; que achaca al resto los males de todos, mientras él se salva a sí mismo con su larga coleta y su camisa, propia de los descamisados de Alfonso Guerra o los descamisados peronistas, cuando ni él hubiere nacido, que el político socialista resucitó un día para referirse a los votantes del PSOE (véase elpais.com, de 27/95/1989), como los segundos la utilizaron para aludir a sus simpatizantes. Pablo Iglesias acusa más que argumenta, apela al pasado de los otros más que al presente y futuro de los españoles; oferta recetas que es para llevarse las manos a la cabeza, sin cuantificar su coste ni económico ni social. A la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, no le amargó el dulce de hacer el papel de candidata a la Presidencia, aunque todavía no lo fuere, pese a aparecer junto a Rajoy en la cartelería electoral, como la menina tapada en posición de ser la primera mujer inquilina con mando en plaza en la Moncloa. Acorralada por los candidatos, se defendió a gusto --la experiencia es un grado, no por veteranía, sino por las lides de la propia vida política, y ella se ha enfrentado a muchas--, especialmente por la corrupción en su partido, defendió la gestión del Gobierno y cerró la boca de sus oponentes, vírgenes en la Administración, con un "hablar es fácil; gobernar, muy difícil... ¡Cómo se nota que no estaban aquí hace cuatro años...!" (politica.elpais.com, de hoy).
            Dos horas para nada, sin propuestas argumentadas, con alusiones y descalificaciones, con los pactos poselectorales en el aire, con las nuevas peticiones de Europa sin resolver, con la corrupción sin final, con todos los frentes abiertos y ninguno cerrado, con las pensiones en el aire... De "decisivo", nada de nada. Lo decisivo está por llegar, porque el Adviento aún no termina hasta el día 20.
            Y al final, quién ganó el debate, se preguntan todos, como si fuere decisivo. Para El Confidencial: Pablo Iglesias (40,2%), seguido de Soraya Sáenz de Santamaría (26%), Albert Rivera (19,8), y Pedro Sánchez (6,6 por ciento). Para La Sexta, y según Jordi Évole, el ganador ha sido Pablo Iglesias y el perdedor, Pedro Sánchez. Los lectores de El País dan por ganador a Pablo Iglesias. Carlos Carnicero, en economiadigital.es, no ve un ganador claro. Los lectores de Abc dan el triunfo  a Pablo Iglesias (48,9%), seguido por Soraya Sáenz de Santamaría (30,2%), Albert Rivera (14.5%) y Pedro Sánchez (6,4%). Para el consultor político Iván Redondo, en El Mundo, Pablo Iglesias no fue el ganador (ganó Soraya), pero sí el ganador moral...
          
 

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